Teoría sobre el imposible triunfo de la clase obrera

(o, la clase obrera no va al paraíso)


Por Enrique González Rojo


Por algunos estudios hechos con anterioridad he llegado a la conclusión, para escándalo de ciertos pensadores adocenados y fideístas, de que la intelectualidad constituye, en el régimen capitalista, una clase social sui‑generis. Dos razones principales me condujeron a esta conclusión: la primera se refiere a que los intelectuales, a diferencia de los obreros y campesinos, tienen acceso a la cultura, pueden hacerla suya, disfrutar de los privilegios que confiere el conocimiento, en una palabra, pueden movilizar el saber. Esta primera razón nos habla de que si los intelectuales carecen frecuentemente de medios materiales de producción, si son dueños tan sólo de su fuerza de trabajo intelectual, poseen en cambio un arsenal de conocimientos que los diferencian tajantemente de la masa ignorante.

Es cierto que el tipo de propiedad que caracteriza a la intelectualidad se distingue, en lo que a su contenido se refiere, de la propiedad que define a la clase burguesa. Mientras la primera alude a la apropiación de un caudal de conocimientos, la segunda hace referencia a la monopolización de las condiciones materiales de la producción. Desde el punto de vista del contenido de la propiedad, se trata, a no dudarlo, de términos incomparables. Pero desde un enfoque estructural último, podemos advertir que el monopolio del saber y la propiedad de los medios materiales de producción tienen en común poseer y disfrutar de algo que se les priva a los demás. A pesar de sus diferencias, el capitalista y el intelectual ‑Aarón Sáenz y Alfonso Reyes, por ejemplo‑ poseen un común denominador: el vivir en una sociedad que les ha permitido apropiarse de ciertos bienes de los cuales se hayan privados los demás. Bienes materiales en un caso, espirituales en el otro; pero bienes monopolizables en el sentido de que pueden ir a parar, como lo han hecho, a unas cuantas manos o a unos cuantos cerebros.

Es cierto que no vivimos en el "mundo de los intelectuales", es cierto que estos últimos se hallan dominados económicamente y subordinados políticamente en general al régimen burgués, y que ello se debe, además al hecho de que el dueño de los medios materiales de la producción acaba por sujetar, directa e indirectamente, a los "trabajadores del intelecto"; pero esto no impide que el intelectual ‑empleo esta palabra en su sentido más amplio‑ goce de un monopolio espiritual que lo coloca en un lugar de privilegio.

La segunda razón se refiere al hecho de que lo que el intelectual posee, en la forma de la propiedad privada, es un acervo de conocimientos, obtenidos en la escuela y en la experiencia, que pueden ser considerados también como medios de producción. De la misma manera en que los conceptos de propiedad en el burgués y en el intelectual difieren en lo que a su contenido particular se refiere, pero no en lo que alude en su estructura apropiativa, las nociones de medios de producción se refieren en ambos casos de manera entitativa (ya que mientras lo que posee el capitalista son medios materiales de producción, lo que monopoliza el intelectual son los medios intelectuales de producción); pero no en lo que alude a su estructura productiva. Tanto los medios materiales como los intelectuales de la producción tienen como objeto no sólo elaborar un producto, sino potenciar un trabajo.

Si la esencia de los medios de producción es su carácter de intermediación productiva entre la fuerza de trabajo y el objeto de trabajo, dicho carácter aparece como un común denominador estructural, en ambos casos.

Podemos hablar, entonces, de una clase intelectual porque la intelectualidad posee, como la clase burguesa, una estructura apropiativa aunada a la estructura productiva de sus bienes monopolizados. Como puede advertirse en todo lo precedente, no entiendo por intelectuales solamente un puñado de individuos (artistas, filósofos, hombres de ciencia) que se dedican a las labores espirituales, como suele entenderse de manera común. El concepto de intelectuales es mucho más amplio: hace referencia a todos aquellos sujetos, que a diferencia de los trabajadores manuales, elaboran productos intelectuales mediante medios intelectuales de producción, obtenidos en la "fábrica de intelectuales" que es la escuela.

Para detectar el papel que juega la clase intelectual en el capitalismo y cuáles son las tendencias de sus diversos estratos, conviene llevar a cabo una clasificación política de los intelectuales, vinculando dialécticamente el método estructural con el método histórico.

Me gustaría proponer esta clasificación. La clase intelectual en el capitalismo (y también en el capitalismo mexicano está conformada por tres sectores claramente diferenciables: un sector subordinado realmente a la burguesía, otro sector subordinado formalmente a la clase obrera y un tercer sector subordinado realmente a la clase obrera. Aunque toda clase intelectual se halla dominada, desde el punto de vista económico, por el sistema capitalista, sus diferentes estratos poseen, desde el punto de vista político, diversas posiciones. Con la clase intelectual sucede lo mismo que con las otras clases: que no siempre coincide la estructura de clase con la posición de clase.

El intelectual "fuera de sí" y "en sí".

El sector de la clase intelectual subordinado realmente a la burguesía se subdivide en dos capas: 1) el intelectual fuera de sí en sentido ascendente (o intelectual burgués) y 2) el intelectual en sí.

1. La intelectualidad subordinada realmente a la burguesía del género fuera de sí se caracteriza por su desclasamiento ascendente. ¿Qué se quiere decir con ello? Que es un sector de la clase intelectual que lucha, no por los intereses de la clase intelectual tomada en su conjunto y contrapuesta tanto al capital como al trabajo manual, sino que, haciendo a un lado las diferencias estructurales que tiene con la burguesía, se supedita lacayunamente a ella. Este sector, en México está formado por los profesionistas e ideólogos puestos al servicio del Estado y la iniciativa privada. Su desclasamiento es ascendente porque "sacrifican" su diferencia con la burguesía, aunque no, desde luego, la que mantienen con los obreros. Son intelectuales que sueñan con ser burgueses y, a veces, logran convertir su sueño en realidad. En ocasiones son, en cierto sentido, más burgueses que los propios capitalistas, en virtud de que, no poseyendo medios mate riales de producción, logran visualizar, en el Estado o en las empresas privadas, los intereses a largo plazo del capital. Pueden recibir el nombre de intelectuales burgueses (diferenciados de los burgueses intelectuales, dueños de los medios de producción materiales e intelectuales) porque carecen de los medios materiales de producción. Frecuentemente participan de la plusvalía obtenida de las empresas capitalistas, aunque no es, desde luego, necesaria tal cosa, ya que pueden percibir tan sólo sueldos y salarios que cubren el valor o el precio de su fuerza de trabajo calificada.

Es interesante anotar el hecho de que, en términos generales, el sector burocrático‑político de la clase intelectual es el que, dentro del Estado y en contra del sector burocrático‑político de la clase burguesa, defiende más los intereses del sistema burgués tomado en su conjunto que los intereses de tales o cuales grupos empresariales particulares. En este sentido este sector resulta más papista que el Papa, como he escrito en otro lado. Aunque esta subordinación con respecto a la burguesía resulta un hecho indudable, no deja de tener, por razones estructurales, contradicciones no sólo con los obreros (y los intelectuales de otro tipo) sino con la propia burguesía. Pero sus contradicciones están inhibidas, disfrazadas, son clandestinas. Diferencias que brotan del hecho de que quienes monopolizan los conocimientos no pueden ver con buenos ojos que el poder recaiga en manos de los capitalistas, en virtud de un título de propiedad ajeno a lo que ellos juzgan como verdaderamente valioso: el estudio, el saber. En su fuero interno, estos intelectuales subordinados a la burguesía frecuentemente conciben el ideal tecnocrático de una sociedad sin capitalistas y dirigida toda ella, desde el punto de vista de la eficiencia científica, por los managers.

2. La intelectualidad subordinada realmente a la burguesía del genero en sí, depende indirectamente de la burguesía. Vive una especie de enclasamiento ilusorio. Mientras el intelectual burgués "sacrifica" su diferencia con los capitalistas para volverse un elemento más al servicio del capital, y el intelectual comunista ‑como veremos después‑ sacrifica su diferencia con los obreros para ser copartícipe en la lucha revolucionaria del proletariado manual, el intelectual en sí pretende no sacrificar ninguna de estas diferencias que brotan de su puesto en la estructura social del capitalismo. El intelectual en sí, en efecto, procura no confundirse ni con el burgués ni con el obrero. Su ideología es, por es, el apoliticismo, el imaginarse al margen o por encima de la lucha de clases.

El plexo de valores que constituyen el fundamento de su modus vivendi conforman su aristocratismo intelectual, a partir del cual establecen, conscientemente o no, una reestructuración de la pirámide social, sustituyendo en su imaginación la jerarquización clasista real por una estratificación ideal en que la cúspide está representada por los hombres cultos y la base no sólo por los obreros y campesinos, sino también por los capitalistas y comerciantes ignorantes. Su práctica fundamental es ir al safari de los elefantes que requiere de la construcción de su torre de marfil. Aunque se imagina autónomo, aunque se sueña incontaminado, aunque tiene en los oídos una música electrónica, en los ojos una pintura no figurativa y en los labios un verso vanguardista, no puede escapar a las determinaciones que le fija el régimen. No puede dejar de ser un intelectual subordinado realmente a la burguesía, aunque esta subordinación no tenga el carácter lacayuno de los intelectuales del rubro precedente.

El fundamento de su ideología y su psicología es el propósito de diferenciación respecto al vulgo. El intelectual en sí, en todo lo que hace, dice y piensa, desea distinguirse de la gente común. Quiere encarnar la excepción. Su pasión es el genio, su infierno el anonimato. De ahí su ideología artística: el formalismo, la deshumanización del arte. En una medida importante, el formalismo se explica como el propósito, consiente o no, del artista por distinguirse de los demás para aparecer frente a ellos como un ser incomprensible, genial, sorprendente. Si no lo comprenden o sólo es accesible a una "capillita" de elegidos, mejor que mejor: ello garantiza su ubicación en la corte de la aristocracia intelectual. De ahí también su ideología filosófica: el idealismo, el cual presenta dos determinaciones claramente discernibles: por un lado, la absolutización de su forma de trabajo intelectual cotidiano; por otro lado, su necesidad de contraposición respecto al "idealismo ingenuo" de las masas laboriosas e ignorantes.

Esto no quiere decir que tal arte y tal filosofía no contengan, en ocasiones, elementos valiosos que pueden perdurar después de desaparecidos sus autores, como aportaciones culturales significativas. Puede haber como se sabe, artistas y filósofos conservadores y aún reaccionarios, desde el punto de vista político, que elaboren productos de importancia histórica innegable. No obstante ello, como sus posiciones socio‑políticas y su producción misma no coadyuva en ninguna medida apreciable a la destrucción del régimen capitalista, y como, por otro lado, sus creaciones son asimiladas y forman parte de la ornamentación cultural del sistema burgués, los intelectuales en sí, pretendidamente autónomos y supuestamente desligados de todo compromiso vulgar con los intereses mezquinos dominantes en el medio ambiente, no pueden dejar de hallarse subordinados realmente a la burguesía ni dejar de encontrarse, aunque sea en última instancia, fuera de sí.

La prehistoria de la burocracia

El sector de la clase intelectual subordinado formalmente a la clase obrera constituye el "sector histórico" de aquella clase. Si los dos sectores vistos con anterioridad, se hallan subordinados, a pesar de sus diferencias, a la clase dominante; si son estratos de la intelectualidad que, lejos de impugnar prácticamente al régimen burgués, son asimilados directa o indirectamente por éste, el "sector histórico" de la clase intelectual se opone en sus pensamientos y en sus actos al modo de producción capitalista y, dentro de ciertos límites está animado por un cierto espíritu revolucionario. Este estrato de la clase intelectual reúne a la mayor parte de los socialistas, marxistas, marxistas‑leninistas, esto es, a aquellos intelectuales que rompen con la subordinación real a la burguesía que caracteriza al intelectual fuera de sí en sentido ascendente y al intelectual en sí pretendidamente apolítico.

Rompen con esta subordinación y vuelven sus ojos a la clase obrera... Constituyen, sin embargo, una intelectualidad para sí porque su vinculación con el proletariado manual, cuando se logra, no acarrea otro resultado que el de configurar la reserva material necesaria para que este "sector histórico", representando los intereses de la clase intelectual en su conjunto, pueda oponerse revolucionariamente a la burguesía e instaurar (en los regímenes llamados "socialistas" por la ortodoxia burocrática recalcitrante o "regímenes de transición" por la ortodoxia burocrática moderada) un sistema social en que, una vez destruido el capital privado por la estatización de los medios materiales de producción, la clase intelectual en general, y en especial su estado mayor burocrático‑tecnocrático, quedan beneficiados por la revolución proletario‑intelectual. El "sector histórico" de la clase intelectual es el que, independientemente del grado de conciencia con que lo haga, se relaciona con la clase obrera para encontrar en ella el punto de apoyo material que le permita sustantivarse.

La intelectualidad para sí es conciente de que, sin la participación de la clase obrera, no existe la posibilidad de destruir el régimen capitalista; es conciente, asimismo, de que la clase intelectual (independientemente del nombre que le den: clase media, pequeña‑burguesía, estratos intermedios, etcétera) carecen del poder material para enfrentarse sola contra el imperio burgués; es conciente, por último, de que su alianza con la clase obrera responde a sus intereses históricos. No es conciente, desde luego, del tipo de organización social que se generará tras el proceso revolucionario anticapitalista. No distingue entre los agentes obreros de la revolución y los beneficiarios intelectuales de la misma.

No advierte (las condiciones históricas no se lo han permitido) el carácter proletario‑intelectual de las revoluciones tenidas por socialistas. Le pasa algo semejante a la burguesía, la cual llega al poder, tras la revolución democrático‑burguesa, no porque fuera conciente del papel que tenía que jugar en el decurso histórico, sino por razones estructurales o, lo que es igual, debido a que, entre las clases sociales que constituían el Tercer Estado ‑al que podríamos bautizar con el nombre de Frente Antiaristocrático‑, era la clase dueña de los medios materiales de producción. En cierto sentido se podría afirmar, por consiguiente, que en términos generales las clases escalan el poder "a ciegas" por razones que no son ni volítivas ni racionales, sino por razones estructurales.

La revolución proletario‑intelectual lleva a la clase intelectual al poder no porque éste diseñe el siniestro complot de la confiscación de la revolución obrera; tampoco porque, consciente de la autoemancipación que significa el estatizar los medios materiales de pro ducción, intervenga dolosamente en el proceso revolucionario anticapitalista. No. La revolución proletario‑intelectual lleva al poder a la clase intelectual, capitaneada por el "sector histórico" de la misma ‑que, además, resulta también en términos generales, el "estado mayor" del proletariado manual‑, por razones estrictamente estructurales, razones que se dan al margen de la conciencia y la voluntad de los integrantes de la clase mencionada.

El "sector histórico" de la clase intelectual obtiene su carácter para sí, porque la clase obrera que pugna contra la burguesía "depone las armas", por así decirlo, ante la clase intelectual, que adquiere la hegemonía. Si algo le interesa al "sector histórico" de la clase intelectual, es que la clase obrera, luchadora a muerte contra la burguesía, "baje la guardia" frente a la clase intelectual. Su ideología, por eso mismo, consiste en autonegar su carácter de clase para posibilitar su dominio de clase. Este "sector histórico" no sólo lucha en función de su propio estrato ‑que no representa otra cosa que la prehistoria de la burocracia del régimen intelectual que sustituye al capitalista‑ sino de toda la clase intelectual.

Cierto es que otras capas de intelectuales podrán no entender el significado de la revolución proletario‑intelectual; verdad es que ciertos intelectuales burgueses o intelectuales en sí cerrarán filas con la burguesía en contra de la revolución antiburguesa. Pero esta heterogeneidad de posiciones políticas no es nueva: en condiciones históricas distintas es bien sabido que frecuentemente ciertos sectores burgueses, aliados al régimen aristocrático‑feudal, han estado en contra de la revolución democrático‑burguesa. Lo decisivo, por consiguiente, es esto: el intelectual intelectualista, para sí, al aliarse con la clase obrera, y al resultar triunfante en el proceso revolucionario, no sólo se beneficia a sí mismo ‑esto en primer lugar y desde luego‑ sino que acaba por entronizar a toda la clase intelectual con lo cual expresa objetivamente los intereses de la misma. En este sentido hay que interpretar la reasimilación paulatina, pero segura y sistemática, al nuevo régimen, de intelectuales que se opusieran en un principio a la revolución proletario‑intelectual.

El intelectual para sí pugna por enclasarse, por tener en armonía su pensamiento y acción con sus intereses de clase. Cuando un intelectual en sí quiere pasar al enclasamiento real de los intelectualistas, deja de ser en sí para devenir en para sí. Tiene que abandonar el formalismo artístico, por ejemplo, a favor del realismo socialista en cualquiera de sus formas. El realismo socialista no es, en realidad (incluyendo ese realismo socialista avergonzado de sí mismo y que, sin dejar de serlo, oculta su nombre) ni realismo ni socialista. No es realismo porque está incapacitado para advertir qué sucede en la realidad. No es socialista porque en su esencia, no hace otra cosa que justificar al sistema burocrático‑tecnocrático de la clase intelectual. Es, más bien, un idealismo intelectual.

El realismo socialista es, pues, la forma artística más conveniente para que la clase intelectual adoctrine y manipule a las masas de acuerdo con los intereses de la clase intelectual dominante emergente. Cuando un intelectual en sí quiere convertirse en para sí tiene que abandonar también el idealismo filosófico para asumir el materialismo histórico habitual. Este materialismo histórico no es, sin embargo, ni cabalmente materialista ni plenamente histórico. No es cabalmente materialista porque se encuentra imposibilitado para apropiarse cognoscitivamente el ser objetivo en cuanto tal (por ejemplo, detectar el carácter de clase de la clase intelectual con todo lo que ella implica). Y no es plenamente histórico porque no puede comprender, a partir del riguroso conocimiento de la estructuración real de la sociedad capitalista, las leyes de tendencia históricas que emanan de su formación. Es un "materialismo histórico" incompleto, burocratizado, puesto al servicio de la clase intelectual en el poder o en ascenso. El materialismo histórico habitual es, entonces, la forma filosófica más conveniente para que la clase intelectual adoctrine y manipule a las masas de acuerdo con los intereses de la clase intelectual dominante o emergente.

La clase de los desclasados

El sector de la clase intelectual subordinada realmente a la clase obrera se diferencia tajantemente tanto del estrato de los intelectuales subordinados realmente a la burguesía cuanto de los intelectuales subordinados formalmente a la clase obrera. Se trata de un pequeño sector en nuestros días, pero que tiende a crecer. Es también un sector fuera de si de la clase intelectual. Pero no fuera de sí en sentido ascendente, como en el caso del intelectual puesto al servicio de la burguesía, sino fuera de sí en sentido descendente, en el sentido de un desclasamiento proletarizado. Este intelectual, al que podríamos denominar ‑parafraseando a Gramsci‑, el intelectual orgánico de la clase obrera manual, requiere obligatoriamente, para ubicarse en su desclasamiento descendente, de dos rompimientos: del rompimiento con la burguesía (y, por ende, con toda inclinación al desclasamiento ascendente) y del rompimiento con su propia clase intelectual. Sólo si se rompe con la burguesía y con los intereses históricos de la clase intelectual, se puede asumir la posición del intelectual verdaderamente revolucionario, esto es, el que se subordina no formalmente sino realmente a la clase obrera, a una clase que, para autoemanciparse, requiere luchar contra la clase burguesa primero (hasta socializarle sus medios materiales de producción).

Aunque como sector de la intelectualidad se desclase en el sentido teórico‑político, sigue teniendo contradicciones con la clase obrera, contradicciones que emanan del hecho de que, frente al trabajo manual ignorante, él posee medios intelectuales de producción. Su forma de vivir y pensar se diferencian tajantemente, por lo común, de la forma de vivir y pensar de los obreros y campesinos. Su caudal de conocimientos genera en él ciertos intereses, actitudes, posiciones que lo separan, o pueden separar, de las masas.

Lo anterior, amén de las diferencias entre los tres tipos de intelectuales que hemos examinado, nos conduce a la siguiente reflexión: podemos hablar de una clase intelectual, a pesar de sus diferencias políticas de los estratos de que se compone, en virtud de que todos ellos poseen una misma estructura: el monopolizar, frente a las masas desprovistas de conocimientos, los medios intelectuales de producción. Se podría pensar que no conviene hablar de una clase intelectual, dada la heterogeneidad política que hemos hallado en la clasificación de los diversos estratos que la conforman. Pero, en contra de ello, hay, creemos, dos argumentos de peso: en primer lugar, como dijimos, ninguna clase registrada por la historia ha sido totalmente homogénea. En segundo lugar, creemos hallar en la clase intelectual tomada en conjunto lo que nos gustaría llamar una "unidad soterrada" de la clase.

En efecto, el intelectual subordinado realmente a la burguesía no deja de tener contradicciones con el capital (genera das a partir de que él no es dueño de los medios materiales de la producción) y el intelectual subordinado realmente a la clase obrera no deja de tener contradicciones con los trabajadores manuales (generadas a partir de que él es dueño de los medios intelectuales de producción). La estructura conformadora del trabajo intelectual determina su "unidad soterrada". Su psicología, su ideología, su concepción del mundo, gira en torno de su carencia de medios materiales de producción y de su propiedad de medios intelectuales de ella. En el enclasamiento ilusorio del intelectual en sí aflora espontáneamente su modus vivendi y su modus operandi. En el enclasamiento real del intelectual para sí se cristaliza su oposición al burgués, por un lado, y al trabajador manual, por otro. Pero aún en los sectores fuera de sí, en que pudiera pensarse que desaparece la determinación clasista de la clase intelectual, se halla presente. El intelectual no puede confundirse ni con el burgués ni con el obrero. Por así decirlo, frente al burgués se siente "obrero" y frente al obrero se siente "burgués".

Hasta este momento he hablado de las diferentes clases de intelectuales como si se dieran en la realidad con la distinción entitativa mencionada. Pero conviene subrayar, al llegar a este punto, que no es rara la presencia de diversos tipos de mezcla de intelectuales en la sociedad. Es posible hallar, en efecto, ciertos operarios del intelecto que, aunque se hallan subordinados realmente a la burguesía en la modalidad de fuera de sí en sentido ascendente, sentimentalmente se sientan lo que hemos llamado intelectual en sí. Hay otros que, aunque se orienten hacia una subordinación formal a la clase obrera, no logran desprenderse totalmente de la subordinación directa o indirecta a la burguesía. Y hasta es posible encontrar quienes, comprometidos realmente con la lucha y los intereses históricos del proletariado manual, no logren superar puntos de vista, valores y concepciones que emanan del intelectual burgués (en sí o fuera de sí en sentido ascendente) o del intelectual intelectualista (para sí). Hay, entonces, un gran número de posibles mezclas, aunque algunas de las determinaciones ‑la que muestra la actividad fundamental del individuo‑ resulta, por lo general, la decisiva y definitoria de la clase a la que pertenece el intelectual.

Las mezclas no sólo se dan, por otro lado, entre los diversos tipos de intelectuales, sino también entre la intelectualidad y la burguesía. Hay, en efecto, individuos que son dueños, simultáneamente, de medios materiales e intelectuales de producción. Sujetos que han logrado convertirse en intelectuales porque previamente a ello eran capitalistas o que han conseguido hacerse capitalistas porque antes de eso eran intelectuales. Los medios materiales de la producción pueden ser un trampolín para hacerse de los medios intelectuales de la misma o viceversa. En este sentido nos es dable hablar de un burgués (en cualquiera de sus estratos) que sea al mismo tiempo intelectual subordinado directa o indirectamente a la burguesía; intelectual subordinado formalmente a la clase obrera y hasta ‑como Engels‑ intelectual subordinado realmente a la clase obrera manual.

Toda la clasificación de los intelectuales que he presentado tiene que vincularse con un punto de vista histórico. Histórico en dos sentidos: a) en el que la cantidad y la calidad de los intelectuales no es siempre la misma. En épocas de "paz social", por ejemplo, predominan los intelectuales subordinados realmente a la burguesía, tanto los que hemos caracterizado como fuera de sí en sentido ascendente como los que, entregados al arte, la ciencia y las profesiones liberales, etcétera, hemos denominado intelectuales en sí. Cuando las contradicciones capitalistas se agudizan, cuando se vislumbra en el horizonte la posibilidad de un cambio social, la correlación de fuerzas tiende a modificarse y crece el número de intelectuales subordinados formalmente a la clase obrera y de los subsumidos realmente a ella. Entre paréntesis, me gustaría anotar el hecho de que frente a ciertos intelectuales que franca y decididamente se definen como intelectuales para sí (por su concepción "vanguardista", paternalista, etcétera), hay quienes de manera espontánea se identifican con el intelectual desclasado, el intelectual orgánico de la clase trabajadora manual. La teoría de la clase intelectual tiene la pretensión, en ese contexto, de volver consciente lo que existe en estos intelectuales (y desde luego en los obreros anti intelectualistas) de manera inconsciente y espontánea. b) En el sentido de que la posición política de cada estrato de la clase intelectual determinará el papel que jueguen en un proceso revolucionario anticapitalista. Los intelectuales burgueses (y los apolíticos) serán, por lo general, aliados del régimen burgués.

Es, incluso, posible que muchos de ellos ante una revolución victoriosa, se dediquen a la contrarrevolución. Los intelectuales para sí cosecharán los frutos de haberse subordinado formalmente a la clase obrera, ya que resultarán los beneficiarios del sistema, si es que el proletariado manual (lo cual, en las condiciones actuales, es lo más probable) no advierte la tendencia de la clase intelectual hacia su sustantivación, el proceso confiscatorio, en fin, de la revolución hecha por los obreros. Hecha, sí, por los trabajadores manuales. Pero no usufructuada por ellos, sino por la clase intelectual y su dirección burocrático‑tecnocrática, la cual, incluso, refuncionaliza un tipo de capital social y de plusvalía social, para ponerlo al servicio de la clase dominante en general y de su cúspide burocrático‑tecnocrática en especial.

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